martes, 27 de mayo de 2008

El Fabuloso caso de Demiens y su horrible tortura

Nos encontramos en la mitad del siglo XVIII, en Paris. Concretamente el 2 de marzo de 1757 debía llevarse a fin la condena contra el reo llamado Damiens, quien había atentado con un cuchillo contra el conocido como Rey Sol, Luis XIV.
Demiens debía ser llevado en carreta a la plaza de Greve y sobre un cadalso que allí había sido levantado deberian serle atenazadas las tetillas, los brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, cogiendo esta el cuchillo con el que cometió el delito, quemada con fuego, azufre, y sobre las partes atenazadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo sería estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento.
Un ayudante, arremangado por encima de los codos, tomó unas tenazas de acero, hechas para el caso, largas de un pie y medio aporximadamente, y le atenaceó primero la pantorrilla de la pierna derecha, después el muslo, de ahí pasó a las dos mollas del brazo derecho, y a continuación las tetillas. A este oficial, aunque fuerte y robusto, le costó mucho trabajo arrancar los trozos de carne con las tenzas dos y tres veces del mismo lado, retorciendo, y lo que sacaba de cada porción dejaba una llaga del tamaño de un "escudo de seis libras"
Después de estos atenaceamientos, Damiens, que gritaba mucho aunque sin maldecir, levantaba la cabeza y miraba a todos lados. El mismo atenaceador tomó con una cuchara de hierro del caldero mezcla hirviendo, la cual vertió en abundancia sobrecada llaga. A continuación , ataron con soguillas las cuerdas destinadas al tiro de los caballos, y después se amarraron aquellas a cada miembro a lo largo de los muslos, piernas y brazos.
"El señor Le Breton, escribano, se acercó repetidas veces al reo para preguntarle si no tenía algo que decir. Dijo que no; gritaba como representan a los condenados, que no hay cómo se diga, a cada tormento: '¡Perdón, Dios mío! Perdón, Señor.' A pesar de todos los sufrimientos dichos, levantaba de cuando en cuando la cabeza y se miraba valientemente. Las sogas, tan apretadas por los hombres que tiraban de los cabos, le hacían sufrir dolores indecibles. El señor Le Breton se le volvió a acercar y le preguntó si no quería decir nada; dijo que no. Unos cuantos confesores se acercaron y le hablaron buen rato. Besaba de buena voluntad el crucifijo que le presentaban; tendía los labios y decía siempre: 'Perdón, Señor.'
"Los caballos dieron una arremetida, tirando cada uno de un miembro en derechura, sujeto cada caballo por un oficial. Un cuarto de hora después, vuelta a empezar, y en fin, tras de varios intentos, hubo que hacer tirar a los caballos de esta suerte: los del brazo derecho a la cabeza, y los de los muslos volviéndose del lado de los brazos, con lo que se rompieron los brazos por las coyunturas. Estos tirones se repitieron varias veces sin resultado. El reo levantaba la cabeza y se contemplaba. Fue preciso poner otros dos caballos delante de los amarrados a los muslos, lo cual hacia seis caballos. Sin resultado.
"En fin, el verdugo Samson marchó a decir al señor Le Breton que no había medio ni esperanza de lograr nada, y le pidió que preguntara a los Señores si no querían que lo hiciera cortar en pedazos. El señor Le Breton acudió de la ciudad y dio orden de hacer nuevos esfuerzos, lo que se cumplió; pero los caballos se impacientaron, y uno de los que tiraban de los muslos del supliciado cayó al suelo. Los confesores volvieron y le hablaron de nuevo. El les decía (yo lo oí): 'Bésenme, señores.' Y como el señor cura de Saint-Paul no se decidiera, el señor de Marsilly pasó por debajo de la soga del brazo izquierdo y fue a besarlo en la frente. Los verdugos se juntaron y Damiens les decía que no juraran, que desempeñaran su cometido, que él no los recriminaba; les pedía que rogaran a Dios por él, y recomendaba al párroco de SaintPaul que rezara por él en la primera misa.
"Después de dos o tres tentativas, el verdugo Samson y el que lo había atenaceado sacaron cada uno un cuchillo de la bolsa y cortaron los muslos por su unión con el tronco del cuerpo. Los cuatro caballos, tirando con todas sus fuerzas, se llevaron tras ellos los muslos, a saber: primero el del lado derecho, el otro después; luego se hizo lo mismo con los brazos y en el sitio de los hombros y axilas y en las cuatro partes. Fue preciso cortar las carnes hasta casi el hueso; los caballos, tirando con todas sus fuerzas, se llevaron el brazo derecho primero, y el otro después.
"Una vez retiradas estas cuatro partes, los confesores bajaron para hablarle; pero su verdugo les dijo que había muerto aunque la verdad era que yo veía al hombre agitarse, y la mandíbula inferior subir y bajar como si hablara. Uno de los oficiales dijo incluso poco después que cuando levantaron el tronco del cuerpo para arrojarlo a la hoguera, estaba aún vivo .Entonces, todo lo que queda del reo es un torso informe y envuelto en sangre que increiblemente hace un ademán de incorporarse y con una sonrisa en sus labios y gritando de satisfacción dice "¡¡¡Más!!!! ¡¡¡¡Más, por favor!!!
Los cuatro miembros, desatados de las sogas de los caballos, fueron arrojados a una hoguera dispuesta en el recinto en línea recta del cadalso; luego el tronco y la totalidad fueron en seguida cubiertos de leños y de fajina, y prendido el fuego a la paja mezclada con esta madera.
En cumplimiento de la sentencia, todo quedó reducido a cenizas. El último trozo hallado en las brasas no acabó de consumirse hasta las diez y media y más de la noche. Los pedazos de carne y el tronco tardaron unas cuatro horas en quemarse. Los oficiales, con unos arqueros a modo de destacamento, permanecimos en la plaza hasta cerca de las once.
"Se quiere hallar significado al hecho de que un perro se echó a la mañana siguiente sobre el sitio donde había estado la hoguera, y ahuyentado repetidas veces, volvía allí siempre. Pero no es difícil comprender que el animal encontraba aquel lugar más caliente."
El caso es que , según parece, este hombre sufría una dolencia en la piel, una dolencia de elasticidad y aunque los miembros estaban descoyuntados, la piel no cedía. Durante la ejecución de la sentencia la gente pasó del alegre y festivo ambiente a desmayarse, vomitar... el espectáculo fue tan grotesco que fue la última vez que se llevó a cabo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Otro triunfo narrativo de la suegra, siendo este de alegre tematica. Por favor, más. Esperemos que esto se convierta en una sección regular.

El tal Demiens parece que disfrutó sobremanera con su castigo. ¡Al menos murió feliz!

Antonio Olives dijo...

Si no me equivoco, con este relato (quizá menos florido) daba inicio la obra de Foucault, Vigilar y Castigar. Muy buena lectura,

Un saludo

Anónimo dijo...

Exacto... si señor. Tomé como referencia el relato de Faucault, eso si, le añadí cosas que fui encontrando por ahí del tal demiens.

En realidad, tanto este relato como otros que pondré más adelante serán extractos de un documental que "tuve el gusto " de saborear hace unas semanas y que como ya dije, en petit comite, pretendía parafrasear.
Aunque no puedo negar que mí placer sobre estos temas me hace añadir adjetivos grandilocuentes para hacer la lectura más... sangrienta

Anónimo dijo...

rencias trezas
trencias rezas

les faltó la puntilla de la amputación del meñique. Pero el tío tenía cosquillas o qué?

suegra, tienes que leer ese libro que me regaló orifice man... sois unos enfermos, pero sigue compartiendo tu perversidad con nosotros