jueves, 3 de abril de 2008

Las crónicas de Curtonates tercero (y II)


  1. De un viaje hacia la nostalgia y lo que acaeció en consecuencia

…Las piedras del suelo del scriptorium se humedecieron con las gotas de agua de nuestras túnicas que, a pesar de haber estado tan solo unos instantes bajo la lluvia, se hallaban empapadas. Alejados de los bancos donde durante el día nuestros hermanos consignan el saber del mundo al frágil papel, los mismos bancos donde a día de hoy escribo estas líneas, nos sentamos en unos taburetes. Unas cuantas velas que nos habíamos aprestado a encender iluminaban la escena. Cuantas veces habré observado los rostros de mis propios hermanos a la luz de las velas, cuantas veces observado como el fuego afila los rostros, aviva los perfiles, crea sombras donde no las hay. Recuerdo como de niño veía aterrado como rostros familiares, bondadosos durante el día adquirían rasgos inquietantes, casi malignos a la luz de las velas. La madurez había robado a las velas la capacidad de provocar tal efecto en mis sentidos. Sin embargo, ¡Oh, Misericordia!, ¿como explicar el escalofrío que sentí al ver los rostros de nuestros dos visitantes a la luz mortecina de las velas? Era como si la penumbra no enmascarase o pervirtiese el verdadero semblante de las dos figuras, sino más bien como si lo sacase a la luz. Con el corazón en un puño, y una muda plegaria en los labios, asistí en total silencio a la reanudación del relato del hombre que afirmaba llamarse Planta en un Tiesto:

>Llegamos al aeropuerto de Birmingham en muy poco tiempo, apenas una hora. Birmingham, la segunda ciudad más grande de Inglaterra, tras Londres. No era sin embargo el turismo, los lugareños, el clima o, Dios nos guarde, la comida lo que nos llevaba a ella, arrastrados como hojas en un río. No, era algo más ponzoñoso, más miserable, más egoísta. Era la nostalgia. Es curioso como las vivencias en un lugar cambian ese lugar y lo convierten en algo tuyo, cualitativamente diferente. Cada esquina, cada olor, un recuerdo. ¡Que perversa es la nostalgia, como deforma todo lo que toca! Pero estoy divagando…

> En el aeropuerto tuvo lugar una de esas situaciones que solo nos podían ocurrir a nosotros (con la ayuda eso si, de U.S. Airways, ¡gran feis!). Nos vimos en la necesidad de conseguir libras… cambiando billetes de dólar. Tras estar haciendo cálculos mentales sobre donde sería mejor, sobre si el cambio tal o cual, y aparentando ambos saber de lo que hablábamos, decidimos cambiar unos cuantos dólares por libras, y cambiar el resto en un banco del centro. Cogimos un tren al centro de Birmingham.

>Ya en el centro, al bajar del tren accedimos al centro comercial, ya que la estación esta dentro del mismo. Salimos a la calle del centro… sí, calle. El centro de Birmingham tiene una calle. Una gran ciudad, que duda cabe. Una vez más volvimos a encontrarnos con las mismas tiendas, el mismo ambiente. Eso si, al final de la calle del centro se alzaba un edificio inmenso que me era desconocido, no así al manubrio, que ya había visitado la ciudad un par de años antes. Se trataba de un gigantesco centro comercial con tiendas de lujo, un templo erigido al consumismo, con un lucerío deslumbrador, destinado a confundir al visitante casual con su brillo. Visitamos rápidamente una tienda de viajes donde cambiamos el resto de nuestros dólares y huimos.

>Nos encaminamos al Bed and Breakfast que habíamos reservado y, tras los habituales problemas para encontrarlo, llegamos al mismo. Por fuera no parecía nada sorprendente, pero lo cierto es que por dentro era un lugar muy acogedor: un salón comunal donde socializar con el resto de visitantes (no lo hicimos), Internet (no lo usamos), la Wii, la Play 3 y la Xbox para jugar (tampoco lo hicimos, son consolas muy malas todas), un home cinema y tropecientas pelis (no vimos ninguna)… en resumen, un dinero muy bien invertido, sobre todo por el uso que hicimos de las instalaciones. Como no se podía hacer check-in hasta las tres de la tarde y era mediodía, decidimos dejar nuestros enseres tirados en el fastuoso salón del B&B e irnos al castillo de Warwick, a unas cuantas millas de Birmingham.

>Una vez allí, tras engullir un bocadillo de atún en escasos minutos, visitamos el castillo. Manubrio de Ébano ya había estado allí antes, pero parecía disfrutar tanto como yo, que era mi primera visita al lugar. El castillo estaba realmente bien conservado, con una gran zona de jardines, un par de exposiciones, muñecos de cera de un enorme realismo y las ineludibles tiendas de regalos. Había habitaciones llenas de armas y armaduras, e incluso un foso de tortura, “the pit”. Esta última parte fue breve pero muy satisfactoria. Buscamos una zona que Manubrio recordaba de su anterior visita, “the torture dungeon”, pero no la encontramos. Preguntándole a una núbil jovenzuela, nos indicó que se había sustituido esa exposición por otra llamada “the dream of battle”, pero que, en sus propias palabras, “the dungeon was definitely better”. Compungidos sobremanera, nos fuimos al pueblo de Warwick, donde tomamos un café y tomamos el tren a Birmingham.

>Una vez allí, nos registramos finalmente en el hotel, y subimos a nuestra habitación. Ésta tenía tres literas, pero tuvimos la gran suerte de que solo teníamos un compañero de habitación. Resultó ser un japonés de pocas palabras con más pinta de perdido que un hijo de p*** el día del padre. El pobre intentó entablar conversación pero no le dimos mucha opción al respecto, y nos fuimos, tras darle las buenas noches en japonés, y respondernos él con un amistoso obrigado. A mi me dio un poco de pena, pero, aunque suene fatal, ninguno queríamos tener que hacer esfuerzos para comunicarnos con él, cosa que evidentemente hubiera pasado.

>Nos fuimos a tomar una pinta en un bar donde Manubrio había trabajado años ha, y tras recordar el pasado, fuimos a un pub donde pedimos fish and chips, que por cierto estaba delicioso. Es curioso como en los pubs ingleses también dan de cenar, y lo cierto es que así baja mejor la cerveza, una pinta es una medida un poco desaforada. Luego nos fuimos en busca de uno de los lugares emblemáticos de nuestra estancia en Birmingham, el club Snobs, una discoteca donde ponían música muy buena y con bebidas a buen precio.

> Nos perdimos, como no, y no encontrábamos el Snobs. Debió alarmarnos el hecho de que no viésemos a gente por la calle. Las discotecas estaban cerradas, y las calles estaban prácticamente desiertas. Fuimos presas fáciles. Sin previo aviso, cayeron sobre nosotros. Eran dos jóvenes de cara cetrina y rasgos salvajes que nos abordaron sin remisión. Afirmaban ser combatientes del ejército británico, heridos en combate, y que al día siguiente partían hacia Afganistán. Nos pidieron dinero para coger el autobús o tren, no lo recuerdo, que les llevaría el día siguiente a su base. El manubrio le dio dos pounds, mientras que yo, que solo tenía calderilla, les di unos 60 peniques, más o menos. Esto les enfureció, y nos increparon para que les diéramos más. Al final, hartos de insistir, se fueron en busca de otra presa. Respiramos de alivio. Por suerte, antes de irse, nos dijeron donde estaba el Snobs, que resultó estar justo al lado de donde habíamos partido como hacía cosa de media hora. Para colmo estaba cerrado. Frustrados, volvimos al hotel, no sin antes perdernos de nuevo y haber un conato de “pique”, ya que el manubrio afirmaba “¡Estoy seguro de que es por aquí!... Bueno, prácticamente seguro. ¡NO, SEGURO!”, y a mi casi se me cruzan los cables a lo Lobios. Una vez en el hotel subimos a la habitación donde nos recibió el japonés, que todavía estaba despierto cual lechuza.

> Al amanecer, después de desayunar, fuimos al campus universitario, escenario de tantas aventuras y desventuras hace ya muchos años. Tras advertir los cambios (edificios vacíos, edificios nuevos, edificios reformados), decidimos ir a comer. No a un lugar cualquiera, no, sino a la mejor tienda de comida rápida de todo Birmingham y, quizás, de todo el hemisferio norte. Me refiero al gran “Big John’s”, una tienda de sabrosísimos kebabs. Allí nos comimos una donner burger cada uno, deleitándonos de manera casi obscena en su textura y sabor. Llenos de satisfacción, volvimos al centro.

>Una vez en el centro decidimos pasar la tarde en Waterstones, una inmensa tienda de libros del centro. Tras comprar un par de libros y visitar un par de tiendas de música y de videogames, volvimos al hostal a organizarnos. Manubrio de Ébano quería ir a ver un concierto de un grupo llamado Breed 77, en un acto de comunión con el metal. Tras dudarlo un rato, al final también yo me animé, y sacamos las entradas en el local, que estaba a escasos 100 metros de nuestro B&B. Como al Manubrio no le convencían los teloneros, y su metabolismo pedía carne a gritos, comimos un kebab antes de volver al local. Llegamos a tiempo de ver a los terceros teloneros, un grupo de “wimps and posers” que haría enfurecer a los mismísimos Manowar. Hacían mucho ruido y culminaron su actuación con el vocalista bebiendo un trago largísimo de una botella de jagermeister. Luego llegaron Breed 77 y el concierto no estuvo mal, salvo cuando el cantante pidió un “circle pit” en el local, impracticable por lo pequeño del mismo. Como resultado hubo las previsibles hostias entre el público, al empezar la siguiente canción dijo cual Judas: “to the guys in the circle pit: STOP. You are scaring the rest of the people”. Genial. A mitad de concierto me pitaban los oídos, y al final me aullaban, así que cuando acabó salí tambaleándome del local.

>Probamos suerte de nuevo en el Snobs. Esta vez estaba abierto, pero había una cola demencial. Nos pusimos en la misma pacientemente, solo amenizados por los lacóns de las jóvenes británicas semidesnudas. Pasada ya una hora, y cuando ya faltaban solo unos metros, un segurata gritó “It’s full, please GO AWAY”. Maldiciendo nuestra suerte, nos metimos en un pub que no conocíamos, cerca de los canales (lol) de Birmingham. Tras una agradable conversación, volvimos al hostal, donde el japonés ya no estaba. Su lugar lo ocupaba un italiano y un bulto sospechoso en otra litera.

> Tras desayunar sacamos dos billetes de autobús hacia Londres, la última parada de nuestro viaje.


  1. De una rápida visita a la capital del Imperio y del arte de no pagar por el alojamiento

La cera de las veras se iba consumiendo paulatinamente conforme la noche avanzaba. Ya no se oía el ruido de la lluvia. El silencio en el sciptorium era solo roto por las palabras de Planta en un Tiesto y, durante las pausas en su historia, por el sonido de nuestra respiración. Manubrio de Ébano permanecía en el más completo de los silencios, y a duras penas podíamos oír la suave cadencia de su respiración, queda como los pasos de un ratón en una losa de piedra.

Súbitamente, una visión, cual imagen surgida de un vasto Spiritus Mundi se me presentó ante los ojos. La oscuridad que nos rodeaba dio paso a una tenue luminosidad que brotaba del techo, de las paredes, del propio aire. Hallábame yo solo, donde hacía tan solo un instante estaban mis hermanos, con la sola compañía de estos dos mendicantes. De ambos parecía surgir una luz cegadora, pero que al mismo tiempo podía ser contemplada con los ojos desnudos, cual visión beatífica de la gloria divina. El hombre llamado Planta en un Tiesto permanecía en silencio con una enigmática sonrisa en los labios cuyo significado no alcancé a comprender. Manubrio de Ébano, silencioso cual tumba, levantó la cabeza lentamente, y habló. ¡Que prodigiosa voz! Mis oídos eran bendecidos con harmoniosos acordes de otro mundo, cuando le oí decir las siguientes palabras, que se grabaron a fuego en mi mente: “IN GIRUM IMUS NOCTE ET CONSUMIMUR IGNI”. Aturdido, conmocionado, aterrado, cerré los ojos. Cuando los volví a abrir, me encontré de nuevo entre mis hermanos ante las dos enigmáticas figuras. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Segundos? ¿Minutos? No tuve tiempo de detenerme a contemplarlo, pues de nuevo Planta en un Tiesto reanudaba su relato.

> En el autobús camino de Londres, después de dormitar un poco y escribir unas postales, pude tragarme una película entera en el portátil de un señor que estaba en el asiento en diagonal justo delante de mí. Era de un pingüino que en vez de cantar como hacían todos sus amiguitos, quería bailar o no se que tonterías. No lo se porque no escuchaba el sonido. Y no porque el señor lo tuviera con cascos, no, que lo tenía a todo volumen, sino porque me pitaban los oídos del concierto del día anterior.

>Ya en Londres, donde por primera vez en todo el viaje llovió (exceptuando las horas posteriores a llegar a Dublín, mientras estábamos en el aeropuerto maldito), tomamos un metro, comprobamos lo carísimo que es Londres, y nos pusimos en marcha hacia Greenwich, lugar de residencia de la bella I*****. Manubrio la había llamado mientras estábamos en Dublín, explicándole nuestras cuitas. Las palabras del Manubrio le llegaron al corazón, pues nos ofreció su casa y su desayuno. Tras pasar una horita en un enorme complejo usado para conciertos (tocaban los Eagles por una cifra astronómica, más de 50 libras creo recordar), comer un sándwich y dudar de si ir a la exposición de Tutankhamon, que casualmente estaba allí, compramos un periódico sensacionalista. En el se afirmaba que un pedófilo australiano estaba siendo deportado a Inglaterra, y se anunciaba con el siguiente titular “THE PAEDO HAS LANDED”. Esta simpática frase se unió a una que habíamos leído tan solo dos días antes en el mismo tabloide, donde apodaban a la ex mujer de Paul McCartney “Pornochio”, en un inteligentísimo juego de palabras entre Pinocho (por mentirosa) y porno (por su supuesto pasado de actriz porno). Habíamos echado de menos esta literatura de salón comedor desde nuestra marcha de las islas.

>Un poco más tarde llegó a recogernos la bella I*****, y nos llevó a su casa, donde dejamos nuestras cosas. A continuación, la acompañamos a hacer una transacción económica por una bicicleta semi-nueva que tenía en casa. Esto causó gran indignación en el Manubrio, que consideraba que estaba perdiendo dinero con el trato. Para llegar al lugar donde se cerraría el trato el Manubrio, haciendo gala de gran habilidad (y elasticidad) consiguió no solo desmontar la bicicleta y meterla en el coche de I*****, sino que, a continuación, logró meterse él mismo dentro entre los hierros de la bicicleta. Una vez cerrado el trato nos dirigimos corriendo al celebre observatorio de Greenwich, donde al ser ya de noche no pudimos ver gran cosa por desgracia. Aun así, pudimos llegar a tiempo de observar de lejos el reloj atómico y la línea láser verde del paralelo 0. Luego nos echaron de allí de malos modos, porque ya era hora de cerrar.

>La siguiente parada fue un Balti que estaba en las cercanías de la casa de I*****, donde toda la comida estaba deliciosa, y yo mismo me hinche a comer como si no hubiera un mañana, ante los incrédulos ojos de Manubrio e I*****. Nos faltó tiempo para enemistarnos con el camarero, cuando le pedimos unos platos que tenía primorosamente ordenador según un orden que solo el entendía, y la comida tardó en llegarnos una barbaridad, pero valió la pena. A continuación volvimos a casa.

>Al día siguiente, tras un gran desayuno, tomamos un autobús, un tren y un metro hasta Londres. Aun con dudas sobre que visitar, nos decantamos por la Torre de Londres. Tras una larga cola (“¡lacóns!” etc.) sacamos las entradas y visitamos la torre. La “torre” (más bien un castillo) es impresionante, sobre todo por su situación en Londres, dominando el río, cerca del puente de Londres. Pudimos contemplar a los Beefeaters, el desfile de la guardia y a los famosos cuervos, que, de acuerdo con la leyenda, mientras sigan existiendo seguirá existiendo el Imperio Británico. También contemplamos las joyas de la corona: todos los cetros, orbes, coronas y accesorios de los reyes y reinas de Londres, así como los diamantes más grandes del mundo. Cuando salimos se puso a llover, y tras resguardarnos, nos fuimos a comer un sándwich en Londres. Tras ello, luego de una breve visita para comprar recuerdos a la familia, tomamos café en un Starbuck, donde asistimos a como a unos españoles les robaban una cámara de fotos (asistimos a la cara que se les quedó, no al robo en sí).

>El tiempo se nos echaba encima. Apenas habíamos visitado nada, y ya era de noche. Visitamos Westminster por fuera (el plan original era visitar la abadía, pero era festivo y no estaba abierto), y tras ello, Trafalgar Square, un lugar majestuoso, que nadie debería dejar de visitar y disfrutar. Subimos a las estatuas de los leones para hacernos las fotos de rigor, y con el estomago rugiendo cual ínclitas bestias, tomamos el metro para llegar a un restaurante.

>El restaurante en cuestión lo escogimos por el precio, ya que a estas alturas del viaje no nos sobraba el dinero, pero fue, quizás, el sitio donde mejor comimos en todo nuestra aventura, salvedad sea hecha del “Big John’s”. Por tan solo 3.50 libras tuvimos buffet libre de comida vegetariana, una comida exquisita. De nuevo, por segunda noche consecutiva, Manubrio e I***** asistieron atónitos a como engullía cantidades de comida inimaginables. Cuando ya me sentí enfermo, nos fuimos a bajar la comida con una buena pinta. Entramos en un bar cercano, donde nuestra anfitriona nos presentó a sus adorables amigas.

>Súbitamente, Manubrio de Ébano comenzó a sentirse mal. Quizás la comida vegetariana le había jugado una mala pasada, o quizás tantos días de viaje hicieron mella en él, pero lo cierto es que tenía bastante mala cara. Decidimos volver a casa, cosa que de todas maneras nos convenía hacer cuanto antes si no queríamos coger un taxi, y tras un viaje en metro, tren y autobús, llegamos a casa, en medio de una ventisca atroz, que cortaba los labios como si tuviese cuchillas.

>Se levantó el sol, y con el nosotros. Tal era el frío que fuera estaba nevando, aunque no cuajaba en el suelo. Desayunamos, y nuestra anfitriona nos hizo jugar al muy anglosajón juego de los huevos de pascua, que había escondido por el salón de su casa. Una vez los encontramos y desayunamos, su padre nos llevó en taxi hasta la estación, donde nos despedimos. Tomamos un tren hasta Londres, y luego uno hasta Gatwick. Allí, tras esperas bastantes horas en una sala de embarque abarrotada, comimos y fuimos a un duty-free, en el que dimos rienda suelta a nuestro impulso consumista con nuestros mermados recursos restantes. Luego tomamos el avión, admiramos la belleza y los pechos de las azafatas, y con una sonrisa en los labios nos preparamos para regresar a nuestro hogar.


  1. De una fugaz visita a un viejo amigo, de el regreso a casa y de cómo acaba esta crónica

>Una vez en Madrid, tras salir del aeropuerto, nos encontramos con una muy agradable noticia: nuestro amigo de los tiempos de Birmingham, Davit B&S (Boundary and Sado para algunos disidentes) nos anunció que estaría en Madrid en su casa ese fin de semana, con lo cual podíamos hacerle una visita y pasar allí la noche. Nos recogió en la Terminal 1, y fuimos a su casa. Tras dejar las cosas, pudimos descansar un rato, tener agradables conversaciones, y narrarle las aventuras y desventuras de nuestro viaje alrededor de una pipa turca especialmente preparada para la ocasión. Más importante si cabe, pudimos consultar Internet, loado sea, tras más de una semana sin hacerlo.

>Decidimos no ir al centro y quedarnos por la zona de Alcalá, donde cenamos en un restaurante de bocadillos. Disfrutando en todo momento de la compañía de nuestro viejo amigo, decidimos meternos en un típico bar de la zona, un pub Irlandés. A nuestras cabezas volvieron los recuerdos de Irlanda como imágenes en un flashback: “perrea, perrea”. Parecía que había sucedido hace ya una era…. Luego, derrotados físicamente, volvimos a casa, mientras escuchábamos canciones obscenas de un alegre cantautor local llamado “el chivi”.

>Esa noche fue uno de los momentos climáticos del viaje. Con toda la información de Internet a nuestro alcance, decidimos buscar imágenes y videos sórdidos, por alguna razón que ya no recuerdo. Goatse, Lemon party, Tubgirl,… todas imágenes repugnantes que se quedaron grabadas en nuestra memoria hasta el día de hoy. Sin embargo lo peor estaba por llegar. Tras ver unos videos en que unas jóvenes se tiraban pedos (!) tecleamos, a sugerencia de Manubrio, de manera inocente, las siguientes palabras: two girls, one cup. Yo no pude contemplarlo, tapándome los ojos. Manubrio y B&S, si que lo hicieron, y la expresión de su cara cambió de una de placida contemplación, a una mueca de repulsión y asco. Por amor de Dios, espero que nadie haya contemplado ese video esperando encontrar algo gracioso, sorprendente o un tema de conversación. NO. Ese video era simplemente repulsivo, vomitivo, asqueroso, repugnante, blasfemo, sacrílego, emético (en más de un sentido), inhumano… en resumidas cuentas, una perversión como no vi otra en mi vida, y espero no verla nunca más, eclipsando a Saló como nombre de referencia en ese respecto, con la diferencia de que Saló era ficción. Temblando, nos fuimos a dormir. Esa noche nos costó conciliar el sueño.

>Luego,el día siguiente pasó rápido. Comimos en la estación de tren y nos montamos en el TALGO tras despedirnos de Davit B&S. El viaje fue largo, y atravesamos media España. Vimos paisajes nevados, y campos, y luego cayó la noche. El tren se retrasó, cosa que una atribulada pasajera atribuyó a la política lingüística de la Xunta de Galicia (¿!). Llegamos, tras una hora y algo de retraso a Santiago…




El fin de su relato fue interrumpido por el repique de las campanas llamando a Primas. Aun no había salido el sol, pero su claridad se adivinaba en el horizonte, despejando así la oscuridad que el relato de la Planta había tejido a nuestro rededor. Inmutables, los dos peregrinos asistieron al oficio divino, y, tras el desayuno, se fueron del monasterio sin despedirse de nadie.

Con el paso de los años, en la soledad de mi celda, me ha dado tiempo a cuestionarme muchas cosas. ¿Quiénes eran esas dos figuras? ¿Eran de verdad reales, o tan solo existieron en mi imaginación? Nunca hablé con mis hermanos de aquella noche, y ellos evitaron hacerlo a su vez conmigo. Pero las palabras de la Planta causaron en mi una gran impresión, dejando una honda huella en mi ser. ¿Qué significó aquella mística visión de esa larga noche? ¿Cuál era el significado de las palabras articuladas por el Manubrio en una lengua no humana? Tales preguntas, que turban mis sueños, están destinadas a quedar sin respuesta. Hoy, ya anciano, solo espero que consignando esta historia al papel, alguien más joven y más sabio que yo pueda, si no arrojar luz sobre sus interrogantes, al menos sacarle partido y hacerse cuestionar nuestro papel en este valle de lagrimas. Laus Deo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

THE DUNGEON WAS BETTER!
Quién podría dudarlo? A nosotros nos gustan los dungeons!
Joer, estos monjes sólo hablan de comer... sandwiches, kebabs, hamburguesas, bocadillos... ah! y un vegetariano que costaba 3 libras (o sea McVegetable). Con esa alimentación no me extraña que se acabase el mundo de aquel entonces.